lunes, 21 de junio de 2010

"El cucú"

Domingo, temprano. Me despierto, remoloneo por un rato y levantándome, comienzo a bajar lentamente las escaleras en busca del diario. Siento frío en los pies descalzos, me preparo una taza de café cargado, mientras enciendo un cigarrillo. Busco en los clasificados un departamento de tres ambientes, desecho algunos porque el número que suman los dígitos de la dirección, me resultan poco propicios y hasta en algunos casos fatídicos, otros por la orientación o el tamaño. Finalmente rescato dos y por la tarde decido ir a conocerlos.
Del primero, huyo despavorida al ver el edificio, parece un palomar, un macizo rectángulo con cientos de ventanas. El otro, en cambio, me gusta de entrada, es antiguo, frente de mármol negro, portón de hierro forjado, me resulta vagamente familiar....Toco el timbre, baja un señor maduro, elegante, con esa sonrisa ficticia de todos los vendedores de inmobiliaria y me hace pasar.
Subimos al viejo ascensor y ya en el piso abre una pesada puerta de roble con aldaba y me encuentro en una amplia sala, poblada de muebles de otra época, muchos cuadros, un inmenso reloj cucú que señala las cuatro de la tarde. Suena el portero eléctrico, el vendedor se excusa, -otra visita- dice y me deja sola en ese gran espacio.
Miro a mi alrededor, disfruto de cada detalle, la importante mesa, el sillón de gobelino que invita a descansar, una biblioteca atiborrada de libros.....me acerco, tomo uno, noto con sorpresa que es igual al primero que leí, tomo otro y no salgo de mi asombro cuando encuentro entre sus páginas un marcador con mi nombre, miro el cucú, ¡pasaron veinticinco minutos de las cuatro de la tarde! ¿Dónde está el señor de la inmobiliaria?
Recorro el lugar, abro la puerta de una habitación, veo el cuadro de una niñita de zapatos gastados, sentada en un sillón, me estremezco cuando me reconozco, sobre la cama hay una muñeca de loza, pelada y de ojos azules.... mi vieja y única muñeca!
Corro hacia la entrada, intento abrir, quiero escapar, no puedo, me desespero, hurgo en los cajones, busco una llave, encuentro unas viejas fotos color sepia y ahí está mamá, con mi hermanita, mamá... con sus grandes ojos tristes, otro domingo, de hace muchos años, en la plaza, solas como siempre y recuerdo ese rostro que amé tanto, sangrante y golpeado. Lloro, veo el viejo ropero, roto de un puñetazo y el precioso vestido hecho jirones porque se atrevió a decir que no tenía otra cosa que ponerse.
Vuelvo a la sala, me siento en el antiguo sillón de gobelino, me tomo la cabeza con ambas manos, y grito,grito...
Se abre la puerta, aparece el vendedor con dos señoras, me observan desconcertados, giro mi cabeza hacia el cucú, en su lugar hay un reloj de cuarzo; parpadeo, me disculpo, le digo que busco otro tipo de comodidad, al salir, tropiezo con un moderno butacón de cuero negro.

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